¿Qué ideas, qué imágenes, qué sensaciones se despiertan cuando dices simplemente “Patek”? Creo que no hay otro nombre en relojería que al enunciarlo haga florecer tantos matices distintos: historia, permanencia, exclusividad, elegancia, trascendencia. Y eso sin empezar a hablar de relojería. Por eso una visita a la manufactura Patek Philippe es una experiencia singular, mucho más allá del placer que es de por sí entrar en una manufactura relojera.
La visita a la manufactura Patek Philippe tuvo tres estadios cronológicos a lo largo de dos días: primero el museo Patek Philippe, segundo la visita a los salones Patek Philippe y por último el recorrido por la manufactura en sí. Como el museo Patek Philippe es en sí mismo una experiencia única lo dejaré para otro artículo, de manera que podamos prestarle la atención que merece. Así que vamos a comenzar por lo que ocurrió tras el recorrido por el museo.
LOS SALONES PATEK PHILIPPE
La calle Rue du Rhône es probablemente la más exclusiva entre las calles exclusivas de Ginebra por el nivel de lujo de las tiendas que la pueblan. El verdadero lujo es elegante y discreto, y así es sin duda esta calle. Así es Ginebra en general, la verdad; una ciudad que te va cautivando poco por su presencia sobria pero distinguida. Y es en la Rue du Rhône donde se hallan los Salons Patek Philippe, que son la boutique de la marca y mucho más. Hay que reseñar que Patek Philippe no sigue la tendencia general de las casas relojeras de abrir cuantas más boutiques propias mejor, sino que basa su política comercial, en cuanto a puntos de venta se refiere, en su red de distribuidores. Por ello no se encuentran los relojes de Patek Philippe en cualquier joyero o relojero. A veces ni siquiera en grandes nombres de la venta de relojería, lo que puede resultar sorprendente. Y es que vender Patek Philippe o, por mejor decir, transmitir al cliente final lo que significa Patek Philippe, se ha de hacer de determinada manera y no todo el mundo lo entiende, o lo comparte. Como decía al principio Patek significa muchas cosas, y todas deben formar parte de la adquisición del reloj. Esto es innegociable para la manufactura, y de ahí la selección de puntos de venta.
Por esa misma razón entrar en los salones de la casa -al igual que entrar en la manufactura Patek Philippe- es una experiencia distinta. Tras pasar la puerta de seguridad y acceder al vestíbulo, con una enorme lámpara como punto central desde el que se irradian las vitrinas de las paredes, se respira algo diferente, leve, pero tan intenso como difícil de describir. Una sensación de maravilla casi infantil por estar en ese lugar lleno de piezas embelesadoras. No te vas encontrando con los relojes de Patek Philippe cuando caminas por la calle mirando tiendas, así que cuando los puedes ver de cerca, incluso a través de los cristales de seguridad, vuelves a revivir la emoción de tenerlos en la mano, siquiera brevemente. Como en la feria de Baselworld, por ejemplo. Los relojes, desde su muda presencia, te transmiten su personalidad, su alcurnia, y no te queda sino aseverarla y disfrutarla.
El vestíbulo da paso a la histórica sala «Napoleón III» que fue restaurada minuciosamente para respetar el aspecto original. Es la sala en la que se atiende a los clientes (aunque también se usa el salón de la primera planta si el de la baja está lleno), y por ello no puedo publicar fotos propias: en el momento en que estábamos allí había compradores y desde luego ruido de cámaras -y mucho menos resplandores de flashes- no es precisamente parte de lo que la manufactura Patek Philippe considera como idóneo para sus clientes. Pero si hay que señalar que la sala aún conserva una caja fuerte realizada por Tiffany & Co., con quien Patek Philippe mantiene una estrecha relación desde que Antonine Norbert de Patek y Charles Lewis Tiffany se conocieran en 1851. La caja -que ya no se usa para guardar las piezas- es tan emblemática que se ha usado incluso para la más famosa campaña de la marca hasta el momento, la conocida como «Generaciones», en la que se afirma que “Nunca un Patek Philippe es del todo suyo. Suyo es el placer de custodiarlo hasta la siguiente generación”.
Subimos a la ya mencionada primera planta y allí nos esperaba una gran sorpresa y a la vez un gran placer: pudimos disfrutar un pequeño resumen de los sonidos de los repetidores de minutos, una disciplina mítica en Patek Philippe (y cuál no lo es, a decir verdad). Y además el disfrute fue in crescendo. Empezamos con una sonería simple (si es que una complicación de esta delicadeza puede alguna vez llamarse simple), la del 5216R-001, un calendario perpetuo retrógrado con repetición de minutos y tourbillon, nada menos.
Después escuchamos el 5374P-001, el calendario perpetuo en caja de platino con sonería de catedral, que tiene un sonido delicioso.
Y como colofón se materializaron los dos GrandMaster Chime: el 6300G-001, aparecido este año como hijo más «ponible» que su padre, el GrandMaster Chime Referencia 5175 y sus 20 complicaciones. Una de las cuales, la sonería, es la que escuchamos. Hay que remarcar cómo los tres cuartos tienen sonidos distintos para cada uno de ellos.
Cuando conseguimos bajar de la nube tomamos el ascensor interno y llegamos a la última planta del edificio, un espacio distinto y privado, pensado para que la familia Stern y sus amigos e invitados puedan disfrutar de un ambiente distendido. Fue diseñada en estilo Art Deco hasta el más mínimo detalle, incluida la música ambiente.
Era un día brillante, así que contemplar a través de sus amplios ventanales el lago Lemán y el famoso Jet d’Eau, auténtico símbolo de Ginebra, con una copa de champán en la mano fue un auténtico placer. Como también lo fue la cena en Le Café Papon, colofón a un día intenso que nos preparaba para la visita a la manufactura Patek Philippe al día siguiente.
VISITA A LA MANUFACTURA PATEK PHILIPPE EN PLAN LES OUATES
Yo no sé si está hecho así adrede, pero el minibús que nos llevó hasta la manufactura Patek Philippe fue recorriendo la calle paralela al edificio (ahora casi tapado por las obras de las nuevas infraestructuras), entró en el recinto y aparcó de tal manera que al bajarte te quedabas salía cara a la calle, de manera que te das la vuelta… y ¡bum! allí está: regia, majestuosa, serena. La entrada a la sede de Plan Les Ouates, con una escultura a la entrada que es un espiral gigante. En el vestíbulo interior una de las paredes es un altísimo homenaje a la esencia de la relojería, y por tanto de la casa: el calibre.
Después de enfundarnos las preceptivas batas nos dirigimos a uno de los edificios laterales, donde está la producción más, digamos, metalúrgica. Todas las partes que componen un reloj deben ser fabricadas partiendo de metales en bruto, y para ello donde antes se hacía todo a mano ahora se utilizan máquinas numéricas (aunque no en todas partes, como ya veremos).
Pero sí quiero señalar la gran presencia femenina. Siempre se ha hablado de la «mano relojera femenina», porque su paciencia y meticulosidad es perfecta para el oficio. De hecho uno de los tres únicos maestros relojeros que montan el GrandMaster Chime es una mujer. En una pequeña habitación había cuatro mujeres puliendo piezas, canteando ruedas, lustrando piñones, todos de tamaños extraordinariamente reducidos. Y recordemos que en la manufactura Patek Philippe absolutamente TODAS las las piezas se decoran por ambos lados, tanto si son visibles como si no.
Esas labores las hacían con unas máquinas equipadas con discos de madera de boj -porque el metal sería demasiado agresivo para piezas tan pequeñas-. Pues bien, esos discos se los diseñan y cortan las propias operarias, que saben qué grosor deben tener. Más aún, saben cuando el trabajo está hecho sólo con el tacto y oído. Es decir, según dicen ellas el roce entre la madera y el metal llega un momento en que se siente de manera distinta, y ahí paran. Es increíble cómo en una pequeña habitación de unas enormes instalaciones estas mujeres están replicando el puro arte relojero. Lo maravilloso es cotidiano para ellas.
A lo largo del recorrido fuimos pasando por las distintas secciones encargadas del ensamblaje de los relojes, de los más sencillos a los más complicados. En un mundo ideal uno se pasaría días en cada sección, pero el hecho es que los relojeros realizan su trabajo en estancias cerradas por las que pasas de largo entre suspiros y gestos de admiración. Sin embargo sí pudimos visitar una interesantísima sección: la de restauración.
Y es que en la manufactura Patek Philippe se tiene el orgullo de que pueden reparar cualquier reloj propio, sea de la época que sea. Aunque el reloj esté documentado en planos, muchas veces el estado de deterioro es tal que obliga a fabricar piezas nuevas, o al desmontar piezas viejas se rompen, o hay que romperlas obligatoriamente por la forma en que fueron creadas y ensambladas (o pegadas, como era habitual). Patek conserva un ingente número de piezas antiguas, muchas de ellas en sus envoltorios originales, de manera que cuando las ves estás viendo historia relojera pura.
Pero cuando la pieza no existe o no está documentada hay que crearla de nuevo. Es el momento de conocer a Frank Pernet, una de las estrellas del laboratorio de restauración. O LA estrella, diría yo, por su maestría en el uso del arco para manejar el torno y así pulir piezas «de dos en dos micras», como se le oye decir en el vídeo.
Su caso es el mismo que el de las mujeres que veíamos antes: «Cuando estoy agujereando pivotes sobre el torno todos mis sentidos están atentos. Escucho el metal, oigo cómo cambia el sonido con cada micra, y son mis oídos los que me dicen cuándo está bien, cuando hay que parar». Son oficios en serio peligro de desaparición, algo a lo que Patek Philippe se niega furibundamente. Por ello es que defiende tanto los oficios artesanos, promocionándolos de manera continuada. «Cuando yo llegué, hace 22 años, había dos generaciones. Ahora ya sólo queda una y actualmente estoy formando ¡a dos nuevos torneros!» -dice orgulloso. Aunque su trabajo es de una paciencia y concentración digna del mejor monje hindú, Frank es muy dicharachero y explica con voz queda pero apasionada todo lo relacionado con su trabajo mientras nos enseña todas las fichas de piezas que ha tenido que crear de la nada y que ha ido reuniendo a lo largo de los años.
Si te paras a pensar, qué cantidad de horas dedicadas a mundos casi -o sin casi- microscópicos para que alguien en algún sitio del ancho mundo vuelva a disfrutar de una pequeña obra maestra mecánica. Hay trabajos y trabajos, y el de Frank, si bien imagino que muy estresante, ha de ser también enormemente satisfactorio. Porque, ¿qué mejor trabajo que volver a dar vida a la belleza?
Como premio final a nuestra visita a esta zona única de la manufactura Patek Philippe pudimos ver los primeros calibres creados por Patek, Czapek & Cie. No cabía mejor fin de fiesta.
Por cierto que desde la ventana se podían ver los trabajos de construcción de las nuevas instalaciones, que comenzaron el pasado 15 de octubre (como ya reseñamos en este artículo).
La manufactura Patek Philippe tiene otras instalaciones que ojalá visite algún día, porque de lo que se siente pasión siempre quiere más. Pero en sí este viaje ha sido una de las cumbres en mi vida de aficionado a la relojería. En realidad eso está mal dicho, porque no es mi vida relojera, sino mi vida sin más. Porque las pasiones forman parte de uno mismo y todas las vivencias, con independencia del motivo que las origina, conforman quien tú eres. Sea como fuere no me queda sino agradecer a Patek Philippe su cortesía por invitarme, y particularmente a Virginie Tibau -la voz comunicadora de la casa- que nos acompañó, cuidó, instruyó y guió, siempre con esa sonrisa franca que enmarca sus ojos serenos. ¡Qué privilegio de viaje! Más información en Patek.es.