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En la muñeca: IWC Da Vinci Perpetual Calendar Chronograph

 El lanzamiento de la colección Da Vinci el pasado SIHH 2017 no estuvo exento de polémica porque mucha gente se cuestionó no tanto la necesidad de la colección (al fin y al cabo forma parte de la historia de la marca), sino su encaje. Es decir, la pregunta era si no se están pisando los cordones unos modelos con otros; particularmente con la colección Portofino, que es la que tiene un aspecto más clásico.

La primera vez que el nombre del polímata florentino se asomó a IWC fue en 1969. Era un reloj de cuarzo dentro de la colección Ingenieur que venía a demostrar las bondades del movimiento de cuarzo Beta 21 (cuya historia conté aquí)

Da Vinci Perpetual Calendar Chronograph de 1985

Una década después, en 1985, apareció el Da Vinci de aquí arriba: un calendario perpetuo en el que todas las complicaciones temporales -incluida la fase lunar- se controlaban desde la corona. Una auténtica revolución, creada sobre la base del no menos perpetuo Valjoux 7750, sobre el que Kurt Klaus diseño un módulo que funcionaba de manera maravillosamente sencilla y nunca vista: moviendo la fecha (sólo hacia adelante) las demás indicaciones se movían también.

En 2017 volvió a escena un renovado Da Vinci Perpetual Calendar Chronograph que, siendo claramente un Da Vinci, no es en sus formas una copia exacta del modelo del 85. Hubo muchos comentarios sobre cómo IWC se había quedado a medias, que tendría que haber repetido los famosos pulsadores con forma de champiñón… Pues yo creo que no. Si quieres el modelo de entonces, mejor buscarlo por ahí. Las marcas no sobreviven con los relojes que compran los puristas o los nostálgicos, sino de los que compra el mucho más amplio mercado actual. Los Da Vinci actuales ya son de por sí muy retro en sus hechuras como para arriesgar una vida comercial sólo por unos pocos. ¿Qué sentido tendría repetir exactamente lo mismo? Sólo valdría para devaluar lo que ya hay y menospreciar lo nuevo.

Los Da Vinci Perpetual Calendar Chronograph que vemos aquí son las versiones en acero y en oro rojo. Hay también una versión en platino limitada a 100 unidades que imagino nunca se cruzará por mi camino (desafortunadamente). El reloj tiene unas generosas medidas de 43 mm de diámetro y 15,7 de altura, así que hay que asumir una relación no excesivamente fluida con los puños de la camisa. Pero no es esta una pieza que uno querría siempre escondida, ¿verdad? Afortunadamente las renovadas -¡y articuladas!- asas ayudan mucho a la hora de buscar acomodo sobre la muñeca.

El tamaño es un resultado directo de la cantidad de información que el reloj tiene que mostrar. Y hace muy buen trabajo, porque todo se encuentra fácilmente en un solo golpe de vista. El Da Vinci Perpetual Calendar Chronograph se mueve gracias al calibre 89630 (¿hace falta decir que es de manufactura?), que combina el totalizador del doble cronógrafo con el sistema de fases de la Luna de Kurt Klaus en una sola esfera interior. La Luna (que sólo se desvía 1 día cada 577,5 años) mide tan solo tres milímetros, y permanece estática en el cielo nocturno mientras el disco de las fases de la Luna bajo la esfera, haciendo las veces de la sombra de la Tierra, indica si se encuentra en creciente o en menguante. En la misma subesfera se integran los totalizadores de las horas y minutos del cronógrafo, lo que permite una lectura natural de los tiempos, como si fuera un reloj en sí mismo.

Y no hay que olvidar que es un cronógrafo flyback. Es decir: si se presiona el pulsador de puesta a cero cuando el cronógrafo ya está en marcha la trotadora  abandonar el cronometraje en curso de manera instantánea, sin parada intermedia, y comenzar un nuevo cronometraje de manera inmediata. Además el calibre, automático y con 68 horas de reserva de marcha, luce estupendamente en la trasera del reloj. Los calibres de IWC son siempre imponentes, con una aspecto que sólo con su presencia da sensanción de robustez y durabilidad, por encima de una decoración que es de por sí muy buena.

De vuelta al calendario perpetuo hay que destacar el uso de la ventana digital del año, un desarrollo también de Kurt Klaus que IWC se enorgullece de usar en sus perpetuos, y con toda lógica. Hasta ahora el calendario era válido sólo hasta el año 2299, pero ya entrega sus unidades con una corredera válida hasta 2499. Pena de no estar para verlo.

En resumen, creo que el Da Vinci Perpetual Calendar Chronograph es más que un digno heredero del modelo de 1985. Es más, en mi opinión es mejor que aquel. Ciertamente no es tan rompedor como lo fue su antecesor, pero mantiene sus líneas sobrias -conservadoras es mejor término, sin ser peyorativo en este caso- y, por encima de todo, es técnicamente mucho mejor porque integra un calibre propio y no una adaptación, además de la ya mencionada unión en un solo registro de las labores lunares con las de cronografía.

La versión en oro rojo tiene un precio de 43.700 euros, mientras que la de acero, con esa elegante esfera de pizarra, cuesta 33.400 euros. Y no olvidemos que ambas se atan a la muñeca con las excelentes correas de Santoni. Los relojes ya están disponibles en la boutique de IWC en Madrid y en los distribuidores autorizados. Más información en IWC.es.

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