Ya sabemos que Seiko gusta de inspirarse para la creación de sus relojes y los de Grand Seiko en elementos de su cultura ancestral y de la complicada orografía de las islas que conforman Japón. Cuando en 2020 se abrió la boutique de Seiko en Madrid (hice un Instram Live para mostrarla), la dirección quiso mantener la misma filosofía, de manera que la vitrina de la tienda fuera también una pequeña muestra de la cultura nipona.
Para ello se puso en contacto con Luca Hugo Brucculeri, un diseñador especializado en «creaciones efímeras» (escaparates, escenografías, etc.), que estudia la cultura japonesa y la de la propia Seiko para proponer temas que se puedan resumir en un espacio tan pequeño como un escaparate, y sólo durante una estación.
Pero nunca se había basado en una persona. Más aún: cuando se hacen homenajes a personas suelen ser figuras históricas. No en este caso. Ahora hablamos de personas reales, de ahora mismo, y que nos ofrecen una historia de amor como pocas.
EL SEÑOR Y LA SEÑORA KUROKI
En 1956 Toshiyuki y Yasuko Kuroki comenzaron su historia de amor: se casaron y se instalaron en una granja lechera con su rebaño de 60 vacas. Criaron tres hijos mientras llevaban a cabo la durísima labor de atender a sus vacas casi las 24 horas del día. Fueron poco a poco ahorrando para que, cuando se jubilaran, pudieran hacer un viaje por Japón.
Pero Yasuko sufría de diabetes y, justo antes de jubilarse, perdió la vista. Yasuko estaba desolada por no poder hacer el viaje con el que Toshiyuki y ella habían soñado toda su vida. Se deprimió mucho y se encerró en su casa.
Toshiyuki pensó que si conseguía que una o dos personas visitaran la casa cada día, devolvería la sonrisa a Yasuko. Un día, en el jardín, tropezó con una flor rosa llamada shibazakura (en español, flox). Se dio cuenta de que, aunque Yasuko no pudiera ver las flores, podía disfrutar de ellas a través del olfato, porque la flor tiene un aroma particular, dulce.
Pensó que, si pudiera plantar un jardín entero de shibazakura, quizá la gente también vendría a verlo. Toshiyuki se puso a trabajar de inmediato. Durante dos años, taló árboles para crear los cimientos del jardín y cuidó las plantas jóvenes todos los días.
Con el tiempo, su esfuerzo empezó a notarse. Una década después, la casa estaba rodeada de una alfombra de color rosa. Y tal como Toshiyuki había predicho, mucha gente de los pueblos y prefecturas de los alrededores empezó a visitar el jardín. Yasuko fue recuperando poco a poco su actitud alegre.
Hoy en día, la historia de amor de la pareja se ve recompensada con miles de visitantes anuales a su jardín, y se conmemora en lo que fue una de las naves lecheras de la granja, donde fotografías enmarcadas y recortes de periódicos cubren las paredes del improvisado museo. A veces, incluso, los visitantes se cruzan con los Kuroki.
Lo que ha hecho Seiko y Luca Brucculeri es reproducir el jardín de los Kuroki, con toda la sensibilidad y la delicadeza que merece una historia de amor tan bonita y tan singular.
Sólo me queda felicitar a Seiko España por ofrecernos a los transeúntes estas pizcas de belleza, incluso si es de forma pasajera. SeikoBoutique.es.