Asociamos el mundo de la relojería con un afán callado, paciente, constante y productivo, además de un deseo de mejora continua de las prestaciones del producto para ser más preciso y más bello. Eso es precisamente lo que encarna la manufactura Blancpain, y por eso es a la vez una obligación y un placer visitarla.
UN POCO DE HISTORIA
Estamos muy habituados a que las marcas remarquen sus hitos históricos, que a decir verdad muchas veces no son auténticos hitos y sólo se utilizan con instrumento de marketing. También oímos muchas veces sobre los muchos -o pocos pero muy selectos- calibres que desarrollan. O de alianzas con el mundo del automóvil en todos sus tipos. O de proyectos relacionados con la ecología. O de embajadores de más o menos peso. La manufactura Blancpain no suele ser el primer nombre que surge en estos casos, y sin embargo tiene de todo esto y más. Pero todo lo hace de un modo tan elegante -como sus colecciones- que sólo los verdaderos connoisseur saben de su verdadera dimensión.
Empecemos diciendo que Blancpain es la manufactura más antigua del mundo. Su fundador, Jehan-Jacques Blancpain, estableció su taller de relojería en su granja de Villeret. Le fue tan bien que en 1735 fundó Blancpain y se convirtió en la piedra fundacional de lo que se conoce como «el Valle de la Relojería».
Aunque la relojería está asociada con la tradición y con la eternidad, sin embargo siempre ha progresado con su tiempo. Así, en la segunda mitad del XIX la sociedad occidental pasa a ser industrial; sin embargo Frédéric-Louis Blancpain, bisnieto del fundador y director de la maison, había modernizado el taller en 1815 y lo había convertido en una manufactura con producción en serie, facilitando así la transición de lo artesanal a lo industrial. En 1865 construyó una fábrica de dos plantas junto al río Suze para aprovechar la energía hidráulica. Fue esa previsión la que mantuvo firme a Blancpain mientras la Revolución Industrial se llevaba por delante a muchos de sus competidores.
John Harwood se asoció con la Manufactura Blancpain en 1926, lanzando a continuación el primer reloj de pulsera automático del mundo. Sus 12 horas de reserva de marcha ahora nos parecen ridículas, pero en ese entonces fue revolucionario. Además para evitar el problema de la entrada de polvo y humedad en la caja carecía de corona, haciendo los ajustes de la hora girando el bisel. Cuatro años después aparece, de la mano de Rolls, el primer reloj de pulsera automático para mujer, un reloj minúsculo y rectangular en el que Blancpain encaja un calibre automático de 15 rubíes.
En 1950 Robert Maloubier, capitán del escuadrón de los «Nadadores de Combate» de la marina francesa, describió cómo debería ser el reloj ideal para que los soldados de su unidad pudieran medir adecuadamente el tiempo de inmersión. El reloj tenía que ser visible en la oscuridad y hermético hasta al menos cincuenta brazas náuticas (91 metros). La manufactura Blancpain recogió el guante porque su a la sazón director general, Jean-Jacques Fiechter, era también aficionado al buceo. En 1953 se presentó el Fifty Fathoms, el primer reloj de buceo de la historia propiamente dicho porque era automático, antimagnético, con bisel giratorio unidireccional, manecillas e índices luminiscentes y segundero también iluminado.
El Fifty Fathoms es por encima de todo un icono que ha perdurado hasta hoy en distintas versiones, pero siempre conservando el espíritu original de instrumento bello y sobre todo funcional. Tanto es así que originalmente el reloj se vendía en tiendas de artículos de buceo y no en relojerías o joyerías. Una de esas tiendas, Aqua Lung, fue tan importante en las ventas del reloj que Blancpain decidió crear el Fifty Fathoms Aqua Lung como agradecimiento. En la web tenemos unos cuantos artículos sobre el Fifty Fathoms: éste por ejemplo; éste también, o este otro. A finales de los años 50 Blancpain ya fabricaba más de 100.000 relojes al año, y para poder atender la demanda se integró en la Société Suisse pour l’Industrie Horlogère (SSIH) junto a Omega, Tissot y Lemania.
Pero veinte años después, en los 70, la revolución del cuarzo había inundado el mercado de relojes japoneses muy baratos, lo que unido al fortalecimiento del franco suizo frente al dólar y la primera crisis del petróleo hicieron que el mercado de la relojería tradicional se hundiera. La única forma que vieron las marcas de luchar con el cuarzo fue tratar de imitarlo, y todas, hasta las más reputadas, comenzaron a lanzar relojes de cuarzo sencillos para tratar de competir en precio. SSIH entró en barrena y en enero de 1983 vendió el nombre de Blancpain a Jaques Piguet y a Jean-Claude Biver, el actual director general de relojería del grupo Louis Vuitton. La empresa se trasladó a Brassus y pasó a llamarse Blancpain SA. Y si Blancpain fue la primera casa relojera también iba a ser la primera en sacar a la relojería del atolladero en el que estaba.
Biver se puso como objetivo hacer de Blancpain una casa de haute horlogerie y lo primero que hizo fue presentar un reloj con calendario completo, fase lunar y ventanas de fecha en una caja redonda. Es decir, la revolución de lo puramente tradicional. Mientras todo el mundo se había vuelto simple Blancpain se había vuelto histórica. El éxito fue fulminante: comprar la marca Blancpain le había costado a los dos socios 22.000 francos suizos; en 1983 vendieron 92 unidades del calendario completo con fases lunares por valor de 16 millones de francos suizos.
Para 1989 Blancpain ya había lanzado los 6 pilares de la alta relojería: un dos agujas ultra delgado (el Ultraplate), un fases lunares, un calendario perpetuo, un tourbillon, un cronógrafo rattrapante y un repetidor de minutos. Todos con la misma esfera redonda y todos con un diámetro de 33 mm.
Todas esas complicaciones, tan habituales hoy día, estaban a punto de desaparecer del mercado. Nadie en los 80 (y cuando decimos nadie incluimos a, por ejemplo, Patek Philippe or Jaeger-LeCoultre) hacía relojes con estas complicaciones. Fue Blancpain el que abrió los ojos de la industria tradicional a la idea de que a los relojes baratos se les combatía no en precio, materiales baratos o uniformidad, sino en tradición, acabados artesanales y unicidad.
En 1991 aparece la obra cumbre de Blancpain: el 1735, en ese momento el reloj de pulsera más complicado del mundo ya que incluía un movimiento automático con repetición de minutos, tourbillon, calendario perpetuo, fases lunares y cronógrafo rattrapante. La pieza la construye un sólo maestro relojero, que dedica un año entero a tiempo completo en su montaje, y cuando está terminado él mismo hace entrega en mano de la pieza a su propietario. La exclusividad es tal que sólo se van a fabricar 30 unidades, lo que significa que a partir del 2021 el 1735 será un producto histórico.
En 1992 Blancpain volvió a SSIH (que acabaría siendo Swatch Group) y en 2002 Marc Alexander Hayek, nieto del fundador del grupo, pasó a ser presidente y consejero delegado. Marc revitalizó la empresa desde diversos enfoques: en primer lugar aprobó fuertes inversiones en todas las secciones de la casa, tanto en I+D como en fabricación. El resultado es un impresionante músculo creativo que desde 2006 hasta hoy ha alumbrado ¡33 nuevos movimientos! Es difícil encontrar una potencia así en el mercado de la alta relojería.
En segundo lugar siguió ahondando en los principios tradicionales de la relojería. Así en 2008 recupera el carrusel, un mecanismo que busca el mismo efecto del tourbillon (mejorar la cronometría) pero con una construcción aún más complicada. Y como demostración de su maestría relojera en 2013 la manufactura presentó el Villeret Tourbillon Carrousel en el que ambas complicaciones actúan en conjunto.
En tercer lugar comenzó en 2009 una alianza con el mundo del motor que con el tiempo ha ido creciendo, de manera que hoy en día la marca patrocina la Blancpain Endurance Series, la Blancpain GT Series, el Avon Tyres British GT Championship y, por encima de todo, el Lamborghini Blancpain Super Trofeo. La unión con Lamborghini es especialmente querida para Hayek: no sólo ha participado en ella como piloto sino que ha auspiciado el nacimiento de una serie especial de relojes: los L-Evolution-R.
Toda esta historia, toda esta sabiduría se concentra en las dos sedes de la manufactura Blancpain, situadas en Le Sentier y Le Brassus.
LE SENTIER
La primera parte de la visita a la manufactura Blancpain fue en Le Sentier que es, de las dos sedes, la más grande y la que más elementos productivos contiene. Pero por lo que se distingue es porque allí se hacen los relojes, desde el principio hasta el final. Desde el material en bruto hasta la caja ensamblada.
Hay un problema, sin embargo: de manera inexplicable -pero en absoluto inusual en las manufacturas suizas- está prohibido hacer fotos. Es obvio que cuando te invitan a casa de alguien lo que debes hacer es ser agradecido y atenerte a las normas del anfitrión, pero debo reconocer que esto es algo que me sorprende. ¿Por qué? Pues porque hay otras manufacturas donde sí está permitido hacer fotos en la parte más digamos «industrial» del proceso, y todos los relojes se fabrican igual hoy en día: llega el latón en bruto y gracias a máquinas de control numérico se crean las placas base con sus diferentes vericuetos donde alojar los engranajes.
Además, el secreto que más guardan las casas, el número de relojes fabricados al año, es en Blancpain público, y además desde hace varios años. En 2014 Marc Hayek dijo que llegarían a una producción de unos 25.000 relojes. En mi visita este año se repitió la misma cifra, lo que significa que la casa ha pasado la crisis bastante bien. No ha crecido, pero tampoco ha encogido. Eso es encomiable, tal como han estado las cosas.
Si alguien quiere ver cómo se hace todo esto (que a mí personalmente me fascina) sin salirse de las marcas del grupo Swatch, recomiendo leer la primera parte de mi visita a Glashütte Original, y después la segunda parte. Pero por describir sucintamente el proceso, vamos a decir que las platinas base se estampan a partir de rollos de latón, y se les practica los agujeros de alineamiento para que después se pueda trabajar sobre ellas con total precisión.
La precisión es la clave de todo el proceso. Por eso todas las piezas son calentadas durante largos períodos y limpiadas a fondo varias veces para que el producto sea óptimo. Y además se comprueban cotas varias veces.
Hay algo que llama mucho la atención -o a mí desde luego- y es que en la manufactura Blancpain se fabrican las herramientas que se van a necesitar para la construcción del reloj. Y con esto me refiero por ejemplo a una broca cuya punta tiene menos de medio milímetro de diámetro y que hace falta para encajar un tornillo en un hueco específico de un modelo de reloj. Nos fijamos muchos en los artesanos que decoran un calibre, pero para mí esto es tan de maestro como pueda serlo un experto en gongs de repetidor de minutos.
Como cada reloj es único necesita piezas únicas, que se crean con troqueles únicos. Caja troquel tiene su espacio en unos armarios creados al efecto, de manera que siempre se pueda fabricar otra vez una pieza. El coste medio de estos troqueles es de unos 30.000 euros.
Es llamativo cómo se hacen los rotores, que son de oro. Se empieza por un pequeño disco de oro que se ve rebajando hasta obtener la pieza deseada. Pero lo que sobra no se tira, como no se tira en realidad ningún material. Los chorros de líquido oleaginoso que vemos en las fotos de las máquinas, que se llama taladrina, sirve tanto para enfriar y lubricar como para arrastrar el material sobrante. El líquido cae a un depósito que lo vuelve a impulsar hacia la máquina. Pero antes pasa por un rollo de tejido no tejido (parecido al de las toallitas limpiadoras, por ejemplo) que recoge todo el material.
De ahí se pasa al ensamblaje, que tampoco pudimos ver. Una pena, pero para compensar al día siguiente fuimos a «La Granja».
LE BRASSUS
Suiza es tan bonita que parece incluso falsa, de verdad. Es como si un paisajista le hubieran dado todo el tiempo del mundo y recursos ilimitados para crear los paisajes perfectos, pero le hubieran obligado a situarlos en un único país. Lo digo porque la mañana que nos dirigíamos a Le Brassus lo que tenía enfrente del hotelito del pueblo donde nos quedamos es la foto de aquí arriba. Es que la foto no necesita ni retocarla. Es cierto que el contrapunto lo ponen la cantidad de mosquitos que hay en los lagos, pero es que si no hubiera algo negativo los que no estamos acostumbrados a un país tan bonito moriríamos del Sindrome de Stendhal, seguro. En fin, que divago.
La conocida como «La Granja» (porque es lo que era) es un edificio mucho más pequeño -y más familiar por tanto- que el de Le Sentier. Es aquí donde se llevan a cabo los Metiers d’Art. Y no me queda más remedio que volver a desviarme del relato: Mira que he oído discusiones sobre cómo se debe traducir al español el nombre de Metiers d’Art. A mucha gente le parece que «oficios artesanos» no es suficiente, y a menudo lo dejan sin traducir, dándole así al término francés un aire de inefabilidad que, francamente, no tiene. Oficios Artesanos. Esa es la traducción exacta y correcta. ¿Por qué? Porque Metiers significa oficio (o trabajo) y artesano viene del italiano artigiano, que a su vez deriva de arte. Y según el diccionario de la RAE, «usado modernamente para referirse a quien hace por su cuenta objetos de uso doméstico imprimiéndoles un sello personal, a diferencia del obrero fabril». Exactamente a eso es a lo que se refieren los Metier d’Arts en la relojería. Pero ya sabemos que nos gusta más discutir que buscar los datos…
Simplemente subir por las escaleras del edificio es una atracción en sí misma, porque en los rellanos te encuentras cosas realmente llamativas. Verbi gratia: un mueble que servía para guardar piezas de relojes. No me digas que no es una preciosidad que te gustaría tener en casa para… Dios sabe para qué, pero a mí me encantaría. O un panel con las 740 piezas que componen el 1735 del que hablaba más arriba.
En el segundo piso encontramos el Anglage et Polissage, donde se puede ver la máquina con la que se hacen las perfectas Côtes de Genève o el pulido (polissage) a «espejo negro». Se llama así porque una vez terminado el pulido (hecho pacientemente a mano utilizando varillas de madera) y dependiendo de cómo incida la luz, la superfice parece negra. En las fotos se ve en grande una representación de dos piezas, una sin pulir y otra pulida. Y luego, las piezas a tamaño real.
También pudimos aplicar nosotros mismos el perlage, en el que hay que controlar el pulso para apretar siempre con la misma presión para que siempre quede igual. Rápidamente te das cuenta de que eso no es lo tuyo.
Bajando un piso se llega a la zona de Haute Horlogerie, el hogar de las grandes complicaciones. Allí pudimos ver la diferencia entre tourbillon y carrusel, así como el calibre ensamblado. El carrusel se inventó 103 años después del tourbillon (1795) como alternativa más sencilla, pero al final resultó más complicada y con los mismos resultados. Tiene dos ruedas en vez de una del tourbillon, que garantiza la transmisión continua de la energía desde el barrilete.
Es también en Le Brassus donde se ensamblan los repetidores de minutos, en los que Blancpain es un experto. Auténticas obras de arte que además tienen una curiosa derivada: se utilizan para hacer relojes eróticos. Esto no es nada extravagante, porque los relojes eróticos existen desde el nacimiento de la relojería. Blancpain ofrece un servicio mediante el cual un cliente puede encargar que le reproduzcan en la esfera la escena que él (o ella) elijan. La verdad es que es un poco sonrojante ver las cosas que la gente envía, pero allá cada quién con sus gustos. Tiene una ventaja añadida a la de la medida del tiempo: cuando seas muy mayor el reloj te ayudará a recordar los buenos tiempos…
Por último visitamos el atelier de esferas personalizadas. Aquí unos pocos maestros dominan todas las artes de la decoración para crear auténticas obras de arte en miniatura, que el artista decora mirando a través de un microscopio. Cómo pueden mantener ese nivel de concentración durante tantas horas, día tras día, es algo que me causa profunda admiración.
No quiero terminar el artículo sin agradecer a Lara Bartolomé, Brand Manager de Blancpain en España, la invitación a visitar la manufactura Blancpain, su compañía y su sempiterno buen humor. Y por supuesto a Victoria Marrero de la agencia de medios MRA, compañera de ya muchos eventos y viajes y mi personal ángel de la guarda, dulce compañía. Más información en Blancpain.es.