Hace ya casi un año que se lanzó el Tudor Heritage Black Bay Chrono. Fue en Baselworld 2017 y su aparición fue motivo de controversia en el mundo relojero. ¿Por qué? Porque Tudor se ha convertido, desde 2012, en una manufactura, si no de culto, sí con unos seguidores muy fieles con su modelo estrella, el Black Bay. Y es que el lanzamiento del Heritage Black Bay, que es este de aquí abajo, supuso una revolución para una marca que estaba adormecida en los brazos de su poderosa madre, Rolex.
La pasión que desató se fue afianzando con los siguientes modelos aparecidos, todos dardos lanzados al centro de la diana. Se pueden ver, con fotos en vivo, aquí, aquí y aquí. Éste último es el modelo en bronce que también se presentó en Basilea, entre vítores generalizados. Por eso cuando apareció a su lado el cronógrafo los seguidores se quedaron petrificados, preguntándose que qué era ese reloj, que eso no era un Black Bay, que era un Frankenstein…
¿Y por qué decían todo eso?
El BB es básicamente un reloj de buceo: es hermético hasta 200 metros, tiene un bisel para el conteo de tiempos de inmersión, rebosa Super-LumiNova,… Sin embargo el Tudor Heritage Black Bay Chrono tiene dos registros que recuerdan a los del Speedmaster y el bisel giratorio ha sido sustituido por un taquímetro que es prácticamente el del Rolex Daytona. Demasiada mezcla/homenaje para los delicados corazones de aquellos que han entregado su corazón (y su muñeca) a un ya icónico reloj.
En general la mezcla de funciones cuesta más que sea aceptada, y cuando un producto se identifica de manera indiscutible con una labor concreta sacarlo de ahí puede costar trabajo, o directamente ser rechazado. Y en este caso sobre todo perder el bisel unidireccional deja un poco fuera de juego al reloj y sus 200 metros de estanqueidad (señalados en rojo, para deleite de los clásicos). Eso sí, el reloj conserva la manecilla «copo de nieve característica y la gran corona con la rosa Tudor grabada y lacada, en este caso flanqueada por dos pulsadores roscados.
Pero claro: utilizando un símil político, los afiliados no son los votantes. Los fans de la marca no son los únicos que compran los Tudor. Afortunadamente para ella, porque de otro modo no sobreviviría. El reloj está pensado para llegar a mucha más gente y, mal que les pese a los puristas, ese potencial comprador no tiene por qué tener todas esas barreras mentales que a menudo sí tenemos los aficionados a la relojería. Y para ese otro tipo de comprador -al que a veces menospreciamos por su carencia de conocimiento aunque de verdad son ellos los que sustentan nuestra afición con sus compras- el Tudor Heritage Black Bay Chrono es una opción muy atractiva.
El BB Chrono conserva las medidas comedidas de la colección: 41 mm de diámetro y no más de 15 de altura -incluyendo el cristal de zafiro abombado-. La esfera tiene también el graneado fino que le caracteriza, lo mismo que la calidad de sus índices aplicados y manecillas. Los textos están bien compensados: comienzan con un ancho (TUDOR) que se estrecha (GENEVE y la hermeticidad en rojo) para después volver a ensancharse. Y la ventana de fecha ofrece cierta simetría con el logotipo de la marca.
A las 9 aparece el pequeño segundero y a las 3 horas un contador de 45 minutos. Más que de sobra para lo que se va a cronometrar, casi con toda seguridad. La lectura correcta está garantizada, tanto de día como de noche.
El calibre que da vida al Tudor Heritage Black Bay Chrono es otro punto interesante: el MT5813 es un calibre fabricado por Breitling. Es, en efecto, el calibre B01, el movimiento estrella de Breitling, que se vende a Tudor y a su vez estos lo actualizan con su volante de inercia variable, su espiral y sus acabados (escasos, todo sea dicho). El cronógrafo tiene rueda de pilares, embrague vertical, 4 hercios de frecuencia y una más que respetable reserva de marcha de 70 horas. A cambio, Tudor vende a Breitling su calibre de manufactura y Breitling lo incorpora en sus Breitling Superocean Heritage, que vimos en este artículo con fotos en vivo y vídeo. Es una estrategia inteligente por las dos partes para ahorrar costes de desarrollo.
Así que el Tudor Heritage Black Bay Chrono no va a poder hacer inmersión a profundidad porque carece de bisel. Pero seamos francos, cuánta gente lo va a echar de menos en sus chapuzones. Muy pocos. Tanto éste como la inmensa mayoría de relojes de este tipo que se venden son para lo que se llama «buceo de oficina». Y las casas relojeras están tan contentas de que este «deporte» sea tan común, porque si no no se venderían tantos relojes de buceo.
Que no se me entienda mal: yo creo que aquí Tudor ha dado un paso muy arriesgado, porque corre el peligro de que el nombre de la marca sólo se identifique con el Black Bay, y si eso ocurre de repente el horizonte cada vez está más cerca y los caminos cada vez son más cortos y escasos. Sólo hay que mirar el devenir de Zenith y su El Primero. Quizá le hubiera ido mejor actualizando los Heritage Chrono, que tanto nos gustan a todos. Pero en cualquier caso al reloj no le faltan argumentos para gustar.
El caso es que el Tudor Heritage Black Bay Chrono se ofrece con una correa de piel -preciosa- o con un brazalete muy bien hecho. En los dos casos se entrega adicionalmente una correa de tela, un argumento de venta importante porque a todo el mundo le gusta poder remozar el aspecto de su reloj (sin que cueste mucho dinero, a poder ser). El cierre del brazalete de acero es cómodo y está hecho para que replique el escudo de la casa.
Cuando se elige la correa de piel el precio del Tudor Heritage Black Bay Chrono es de 4.480 euros. Si se opta por el brazalete el precio sube moderadamente hasta los 4.770 euros. Es en verdad una elección difícil, aunque creo que yo me inclinaría por la correa de piel porque le da mucha personalidad. Baselworld 2018 está a la vuelta de la esquina, así que veremos como evoluciona el modelo. Más información en Tudor.es.