Stéphane Bianchi sustituye a Jean-Claude Biver en la dirección de LVMH
Una gran sorpresa y una gran pérdida
La noticia saltó ayer: Jean-Claude Biver deja la dirección operativa de la división de relojería del Grupo LVMH de manera sorpresiva y, sobre todo, preocupante porque según dijo Reuters era por «graves problemas de salud». Por supuesto nadie ha confirmado este punto, pero conociendo al señor Biver, que es una fuerza de la naturaleza con una energía que desarrolla -o desarrollaba hasta ahora- en jornadas que comienzan a las 5:30 de la mañana y terminaban tarde por la noche cuando tenía uno de sus múltiples actos, tiene que ser obligatoriamente una causa de fuerza mayor la que le ha retorcido el brazo para que deje el estrado.
Jean-Claude Biver es, para quien todavía no lo sepa, uno de los personajes más importantes de la relojería moderna. Él fue el héroe de «la crisis del cuarzo»: los relojes baratos de pila, procedentes fundamentalmente de Japón, dieron un vuelco a la relojería porque ofrecían máxima modernidad a buenos precios. ¿Cuánto tiempo hace que no oímos aquello de «pantalla de cristal líquido» como símbolo de última técnología y que en aquel entonces era lo más? Ahora lo denominamos por sus siglas inglesas -LCD- y nos parece algo estándar. De hecho los relojes de cuarzo empezaron siendo incluso más caros que los mecánicos, pero con la digitalización y la producción masiva los precios cayeron en picado.
Suiza, en vez de competir con aquello que sabía hacer, trató de luchar contra Oriente y se puso como loca a abaratar su propio producto para tratar de ser competitiva. El resultado fue desastroso: no sólo no consiguió rebajar los precios sino que, incluso cuando lo conseguía, se producía el efecto contrario, muy habitual por otro lado: «para eso, prefiero el original». La catástrofe fue de tamaño bíblico: cierre de empresas, despidos masivos, oficios artesanos y centenarios prácticamente perdidos, desprestigio de las marcas y de la industria en general…
A todo esto, en 1983 Jean-Claude Biver se hizo con Blancpain (por 22.000 francos suizos), que estaba en sus últimos estertores como marca. Y tuvo la feliz ocurrencia de crear un reloj que recogían las principales complicaciones mecánicas de la industria relojera (y que acabaron siendo 5 tipos de relojes distintos, tal como relaté en este artículo). Esa irresponsabilidad supuso que a finales de ese mismo año había vendido 92 calendarios completos por un valor de 16 millones de francos suizos. Ese fue el toque de corneta que despertó a la industria relojera suiza para volver al carril en el que eran expertos, y así es como se salvó de una muerte anunciada.
Tras vender Blancpain (por 60 millones de francos suizos) e integrarse en lo que hoy conocemos como el grupo Swatch, se dedicó a darle la vuelta a los destinos de Omega. Cuando dejó la compañía, 10 años después, Omega vendía el triple que a su llegada. De allí pasó a Hublot, otra compañía que daba bocanadas como un pez fuera del agua y que, dado que entre 2004 y 2007 quintuplicó sus ventas, acabó siendo comprada por el Grupo LVMH. En enero de 2014 fue nombrado el director de la división de relojería de LVMH y en diciembre, tras hacer dimitir a Stéphane Linder, pasó a dirigir TAG Heuer, donde ha seguido todo este tiempo y donde ha vuelto a revolucionar todos los estamentos de la marca. Es cierto que la ha Hublotizado (sobre todo al Carrera, que al parecer lo aguanta todo), pero también ha sabido mantener vínculos con su pasado y, sobre todo, ha lanzado un smartwatch que ya está en su segunda generación (y del que se oye que no le está yendo tan bien como se pensaba, y menos aún ahora con la aparición del nuevo Apple Watch).
Quizá su mayor decepción en su etapa como director de LVMH ha sido el fracaso de Aldo Magada en la dirección de Zenith, persona a quien él mismo había puesto en esa posición. Zenith ha sido tradicionalmente problemática, pero desde la llegada del nuevo Director General, Julien Tornare, y sobre todo de los nuevos productos, parece que se abre una ventana de esperanza con buenos cimientos. Aunque todavía es pronto para evaluar los resultados del nuevo rumbo.
Pues bien, es a todo eso a lo que de repente ha renunciado Jean-Claude Biver. Y como digo, conociéndole y conociendo el empeño que él tenía en cerrar su etapa a los 75 años (ayer cumplió 69 años), resulta todo muy precipitado e inesperado como para no pensar algo malo. Y ojalá esté equivocado. El caso es que ya tiene un sucesor: Stéphane Bianchi, quien ha desarrollado su carrera en Yves Rocher y que hasta ahora formaba parte del comité ejecutivo del Grupo Maus (dueño, entre otros, de Lacoste).
Es, cuando menos, una decisión sorprendente, dado el nulo bagaje relojero del Sr. Bianchi. Ello me lleva a pensar en que su labor va a estar basada en criterios estrictamente empresariales, dejando la creatividad a otros (por ejemplo, a cada uno de los directores de las distintas compañías). A él reportarán los directores de todas las casas relojeras del Grupo. Jean-Claude Biver seguirá estando en el comité de dirección, pero sólo de manera consultiva, no ejecutiva. Como el mismo ha dicho, «ya no voy a estar por la mañana llorando mientras corto las cebollas. Ahora sólo me pasaré a ver si ya están listas».
Por otro lado Frédéric Arnault (hijo del presidente y director general de LVMH Bernard Arnault) se va a encargar de la Dirección de Estrategia de TAG Heuer, además de convertirse en el Director Digital. Frédéric estuvo el año pasado al frente de la tecnología digital (léase el TAG Heuer Connected) de la empresa.
Toda la suerte a los recién llegados, y sobre todo mucha suerte a Jean-Claude Biver. Y gracias por tanto.